Por: Adriana Romero
Era el día sábado una mañana fría como suelen ser las mañanas en esta ciudad. El sol apenas se asoma con ases de luz que entran por la ventana de la habitación, de repente la calma del lugar se ve interrumpido por los pasos y la risa de un niño de 4 años que se abalanza sobre la cama, Juan Esteban quien la noche anterior no había podido dormir, por una congestión en su pecho, supongo fruto de los cambios de clima que caracterizan a Bogotá. Me levanto con un poco de dificultad pues no esperaba ser despertada tan rápidamente, sin embargo mi hijo me advierte su propósito, ¿mamá jugamos?, es que ni la enfermedad puede detener a un niño que tiene todo el ánimo de vivir la vida y disfrutarla sin parar. A Juan sólo le preocupa una cosa “jugar”, algo que a los adultos se les olvida pues tantas preocupaciones les hacen pasar por alto la esencia y la sencillez de la vida. Con mi hijo me convierto, en león, en extraterrestre, en la superchica y en todos los personajes que vuelan por su imaginación, nos divertimos mucho juntos, él me hace feliz. Como las responsabilidades no se hacen esperar, me dispongo a realizar todos los quehaceres de la casa, prendo el equipo de sonido, subo el volumen y comienzo. Durante el día las llamadas vienen y van, amigos que buscan consejo, o simplemente el saludo pero eso sí la organización de un plan, aunque esto ya es habitual todos los sábados, éste rompía la tradición, pues más fuerte es la responsabilidad por mi hijo con un malestar, que la diversión. Las llamadas más frecuentes son las de mi esposo a quien amo y respeto, nos llamamos muchas veces en el día, él desde su trabajo y yo desde la casa, siete años de matrimonio en donde el romance es cada vez más fuerte. Al medio día llegan mis padres, nos traen almuerzo, que felicidad no tengo que cocinar!, hablamos, hablamos y hablamos, con mi mamá somos muy buenas amigas. Mi esposo llega a las cinco de la tarde y compartimos en familia. La familia el núcleo de la sociedad, vale la pena luchar por ella, obviar los errores, detener el enojo, sembrar amor y cosechar paz.
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